martes, 26 de enero de 2010
miércoles, 20 de enero de 2010
Silenciosa
Ejercicio para una clase de escritura en el que teníamos un determinado tiempo para escribir la primera historia que se nos viniera a la cabeza a partir de una sola frase. Una frase con la que debería comenzar el texto. En mi caso: "eres la persona más silenciosa que he conocido".
miércoles, 13 de enero de 2010
Una mirada
Paraíso destruido. Se puede luchar contra las armas de fuego, guerras, dictadores, incluso contra la tan conocida soberbia del hombre. Pero contra la naturaleza, intentar luchar es una batalla perdida de antemano.
La imagen formada por los restos y despojos de un huracán es inquietante, como una tierra llamada miseria. En mitad del caos, del silencio quebrantado por los alaridos y llantos de quien busca a un familiar perdido o los restos de algo una vez llamado hogar, un grupo de desconocidos irrumpen en escena. Siempre están ahí en ese tipo de momentos, de tal modo que ya no hay catástrofe en la que ellos no formen parte de la acción que se produce posteriormente.
Sus armas, las cámaras fotográficas. Su misión, contar sin necesidad de palabras.
La más joven de todos ellos busca entre la basura. No se conforma con una fotografía fácil, de esas en las que sólo aparecen niños muertos o rodeados de escombros. Existen otras maneras de mostrar el horror de una catástrofe, y ha viajado hasta Haití para buscarlas. Sólo para eso.
Sin previo aviso, algo logra llamar su atención. Sus músculos se tensan, su presión sanguínea aumenta acompasándose con el sonido de la lluvia. Ni siquiera había notado el cambio de tiempo, pero es que el niño de ojos oscuros que la está mirando es, de pronto, lo único que importa.
Ese niño en cuestión está desnudo y cubierto de barro. Perdido y confuso, acaba de convertirse en hombre a la fuerza a sus siete años de edad. Sus brazos cargan con una serie de objetos que el huracán se ha encargado de arrasar, pero ha detenido su búsqueda para examinarla a ella durante unos minutos. Hasta que, tras lo que parece una eternidad, la dirección de sus ojos se desvía hacia la cámara.
Ella comprende y, de manera instintiva, se despoja del aparato. Ahora también está desnuda, en igualdad de condiciones y observándole con un súbito sentimiento de ternura.
Y, mientras le mira a los ojos, parece quedar hipnotizada hasta el punto de sentirse indefensa, expuesta ante la extraña belleza de lo que contempla. Así que toma de nuevo la cámara y, al ocultar su rostro con ella, comprende que su arma ha pasado a convertirse en escudo.
Y lo utiliza para sacar una única foto capaz de definirlo todo en una sola mirada. La que define todo un pueblo sumido en la miseria y, sin embargo, sigue siendo una hermosa mirada.
La de la niñez perdida.